En el lugar del otro, está el otro. Es difícil entender como alguien, civil o licenciado, podría saber del otro, sin siquiera haber conversado con él. Una especie de adivinación sin futuro.
Uno está angustiado y otro lo calma a pura convicción. Terapeutas sin huevazos ni diplomas, pero con mucho conocimiento de causa. Una especie de bombero sentimental, que utiliza su propia experiencia, o la de algún pariente casi cercano, para mojar el padecimiento del prójimo
Las llamas de la angustia se asustan ante una certeza desmedida, Tsunamis de cariño. Los síntomas corren la mirada avergonzados, un goce inexplicable los apura: ¡Quiero vale cuatro!
Quedarse con lo ajeno, es robar. Creer saber, entender, razonar la silla del otro, es aplastarlo con todo el peso de su empatía.
La proyección puede resultar el peor de los antídotos para combatir la tan temida soledad, propia o ajena, da igual, todo igual.
Estrenar la misma película sin saber el cine, doblarla hasta que se diga en un solo idioma, no reduce la tasa de ansiedad creciente entre las personas.
Una, dos, hasta tres buenas intenciones, no matan a nadie. Sin embargo, la proliferación de la felicidad sin ningún tipo de regulación sanitaria, podría poner en riesgo la continuidad de la especie.
La salud mundial organizada ha recomendado a los estados libres y no cubanos, que controlen el uso de la bondad entre los ciudadanos de cada región emotiva.
En la actualidad, investigadores privados, han desaconsejado la utilización de consejos familiares, ya sean directos o del corazón.
Aún no se conocen las cifras exactas, pero la gente dice que ser empáticos todos los domingos, podría causar una inminente dolarización de la economía. De ser comprobados estos datos, estaríamos muy cerca de vivir un 2001 sentimental.
Esta vez no es el psicoanálisis quien señala a los empaticistas por envidia. En primer lugar, porque no somos envidiosos, pero, fundamentalmente, debido a la imposibilidad de hablar un discurso universal.
No existe algo tal como “El discurso del psicoanálisis”. Lo que se oye respirar en la lengua, es un decir particular que nombramos como “Discurso del analista”. Ese virus sin exportación. Un estornudo que no contagia.
Europa está hecha de empatía. Algunos ya se enteraron de que la tierra no es plana. La mayoría acepta no sentarse en el centro del Universo. Hay un consenso casi absoluto sobre la conquista de América. Ni los pocos machos beta que lograron sobrevivir a la evidencia, estarían dispuestos a negar la masacre que nos descubrió.
¿Entonces Cristóbal Colón era malo? No, era empático.
Al otro hay que escucharlo desde el otro, en su lengua, su historia, en la singularidad que tanto inquieta.
Si todos nos volvemos empáticos al mismo tiempo, no quedaría nadie.
Y si por azar o resentimiento, llegamos a saborear una pizca del sufrimiento ajeno, estaríamos frente a la bendita oportunidad de cerrar la boca.
Al fin podríamos dejar de tatuarnos. Vacaciones para soltar, respira, intentar, luchar, pelear, y unos días de regalo a los que entendieron mal, esos que trajeron guantes para la clase de coach.
Alguna vez podríamos callar lo que decimos. Saber esperar en silencio la palabra del otro, ese sí que es un amor nuevo.
¡Paren de Ayudar!
Recordemos lo que decía Lacan con una sonrisa no tan empática: “Es el otro el que debe adivinar su propia mano”
Fuente: https://www.revistaaji.com/violenta-empatia-jeremias-aisenberg/